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domingo, abril 15, 2007


Esta técnica de deforestación, muy utilizada para despejar grandes áreas de bosque con fines agrícolas y otros, es muy dañina para el medio ambiente. La gran cantidad de dióxido de carbono desprendida contribuye al efecto invernadero. La desaparición de los árboles y la cubierta vegetal destruye hábitats, acelera la erosión y multiplica la carga de sedimentos de los ríos, haciendo que las inundaciones estacionales sean mucho más graves.

Delito ecológico, nombre que se aplica a calquier tipo de conducta de personas naturales o jurídicas que por acción u omisión atente contra el medio ambiente. Ejemplos de esto sería el llamado delito contra la ordenación del territorio, la instalación de vertederos ilegales, los atentados a espacios naturales protegidos, el tráfico ilegal de especies o la responsabilidad de funcionarios o facultativos que han concedido licencias ilegales o bien silenciado infracciones. La legislación española en materia de medio ambiente estaba dispersa en diferentes normas parciales, disposiciones autonómicas y locales; en 1983, fue introducido en el Código Penal un artículo referente al delito de contaminación, pero no ha sido hasta 1995 cuando el nuevo Código Penal ha recogido con más amplitud varias figuras sancionadoras de determinadas agresiones a la naturaleza, y en concreto queda recogido en su título XVI: “De los delitos relativos a la ordenación del territorio y la protección del patrimonio histórico y del medio ambiente”.[1]

El dióxido de carbono, de azufre y otros contaminantes emitidos por las chimeneas de las industrias contribuyen a la contaminación atmosférica. El dióxido de carbono contribuye al calentamiento global, y el dióxido de azufre es la principal causa de la lluvia ácida en el norte y este de Europa y el noreste de Norteamérica. Otros problemas ambientales incluyen enfermedades respiratorias, el envenenamiento de lagos y ríos y los daños a los bosques y las cosechas.

Los bosques, lagos, estanques y otros ecosistemas terrestres y acuáticos del mundo sufren graves daños ocasionados por la lluvia ácida. Ésta se origina por la combinación, con la humedad atmosférica, de los óxidos de azufre y nitrógeno que se emiten a la atmósfera, lo que produce lluvias con un pH muy bajo. La lluvia normal tiene un pH de 6,5, ligeramente ácido, mientras que en la lluvia ácida, el pH puede descender hasta 2,0 o 3,0, una acidez similar a la del vinagre. Además de quemar las hojas de las plantas, la lluvia ácida también acidifica el agua de los lagos dejando sin vida muchos de estos ecosistemas acuáticos.

Las bases (compuestos químicos con un pH mayor que 7) existentes en el polvo atmosférico tienen un efecto beneficioso al contrarrestar la acidez de las deposiciones ácidas. Su reducción por múltiples factores parece incrementar los efectos dañinos sobre el medio ambiente provocados por la lluvia ácida, como se pone de manifiesto en este epígrafe del artículo Polvo atmosférico y lluvia ácida.

Fragmento de Polvo atmosférico y lluvia ácida: menos polvo, más daños.

De Lars O. Hedin y Gene E. Likens.

Los esfuerzos empeñados en la reducción de las emisiones de contaminantes ácidos cosecharon unos éxitos iniciales alentadores: los niveles de azufre atmosférico, por ejemplo, han caído espectacularmente a lo largo de los 30 últimos años en gran parte de Europa y región oriental de Norteamérica. Nosotros nos propusimos sopesar si tales reducciones en los compuestos de azufre beneficiaban o no al medio. En ese contexto, nos preocupaba que los responsables de la política ambiental y los científicos pudieran estar subestimando el papel de las bases atmosféricas. Considerando la importancia de las especies químicas básicas tanto para el crecimiento de los bosques como para la prevención de la lluvia ácida, decidimos investigar si los niveles de polvo atmosférico han cambiado, a lo largo del tiempo, en respuesta a las emisiones más bajas impuestas por la nueva legislación.

Se dictaron normas para limitar las emisiones de polvo porque, se sabía desde hacía tiempo, la inhalación de partículas microscópicas suspendidas en el aire acarrea múltiples problemas de salud, amén de reducir la visibilidad y originar un sinfín de trastornos ambientales. Los gobiernos de Norteamérica y Europa han venido elaborando a lo largo de los últimos 20 años normas de calidad del aire en punto a partículas suspendidas; tales normas diferían de las que regulaban la contaminación ácida. (El polvo atmosférico procedente de otras fuentes parece haber disminuido también. Gary J. Stensland y Donald F. Gatz, de la Inspección de Aguas del estado de Ilinois, han hallado que las emisiones de partículas que contienen bases han descendido con la disminución del tráfico por carreteras sin asfaltar.)

En colaboración con expertos europeos, empezamos por evaluar las series de química de la precipitación, lo más antiguas posible que hubiera referentes a la parte oriental de Norteamérica y a Europa occidental. Midiendo los cationes básicos disueltos en la nieve y el agua de lluvia, seguimos la pista del nivel de bases minerales en la atmósfera y registramos la proporción de esos cationes básicos que entra en los ecosistemas forestales. Obtuvimos unos resultados sorprendentes. Descubrimos que las bases atmosféricas habían disminuido a un ritmo inesperadamente vertiginoso en los últimos 30 años. La serie norteamericana más antigua, tomada en el Bosque Experimental Hubbard Brook de New Hampshire, mostraba una caída del 49 por ciento en cationes atmosféricos básicos desde el año 1965.

Al otro lado del Atlántico, la serie europea de alta calidad y máxima duración, de la estación sueca de Sjöängen, evidenciaba un decrecimiento del 74 por ciento en cationes básicos desde 1971. Nuestros análisis de otras series confirmaron, con pocas excepciones, que las bases atmosféricas habían descendido abruptamente en grandes zonas de Europa y Norteamérica.

Pero, ¿han sido esas bajas en bases atmosféricas lo suficientemente fuertes para contrarrestar —o incluso anular— los beneficios ambientales esperados de las reducciones en emisiones ácidas? Tal ha ocurrido, a tenor de nuestra investigación. En efecto, hallamos que la disminución de bases se superpone con frecuencia al descenso de azufre atmosférico, hasta el punto de que su ritmo anula una parte considerable del descenso de compuestos de azufre. Observamos, por ejemplo, que el descenso en cationes básicos anulaba entre 54 y 68 por ciento de las reducciones en azufre atmosférico en Suecia y hasta el 100 por ciento en determinadas zonas del oriente de Norteamérica. Estas tendencias significan que la disminución de las bases está manteniendo la sensibilidad de la atmósfera a los compuestos ácidos, pese a la reducción de las emisiones de los mismos. Cuando iniciamos el trabajo, no sospechábamos que la reducción de una forma de contaminantes —las partículas de polvo— sirviera para arruinar el éxito de las reducciones de otro contaminante, el dióxido de azufre.

Las numerosas fuentes de partículas de polvo y el carácter fragmentario de la información sobre las emisiones de partículas dificultan la tarea de determinar por qué se han producido esas notables reducciones en el contenido de bases atmosféricas. Sabemos que las modernas técnicas industriales, más limpias y desarrolladas de acuerdo con la normativa sobre la emisión de materia particulada, han constituido un factor importante.

No cabe la menor duda de que un mayor rendimiento de la combustión y una eliminación más eficaz de partículas en las chimeneas han permitido que se frenara la contaminación por partículas vinculada a la combustión de carburantes fósiles. Más difícil resulta cuantificar la contribución de fuentes de polvo difusas: tráfico, labores agrícolas y erosión eólica. Pese a ello, creemos que la disminución de las partículas de polvo refleja principalmente cambios en la conducta humana, más que variaciones naturales.

Fuente: Hedin, Lars O. y Likens, Gene E. Polvo atmosférico y lluvia ácida. Investigación y Ciencia. Febrero, 1997. Barcelona. Prensa Científica.

La formación de cárcavas, una forma grave de erosión del suelo, es un proceso geológico natural que puede verse acelerado por actividades del hombre como la deforestación, el sobrepastoreo y la explotación agrícola. La erosión afecta a la capacidad de absorción del suelo y añade sedimentos a las corrientes de agua. Estos procesos se dan en todos los continentes debido a la superpoblación y la industrialización.



Esta técnica de deforestación, muy utilizada para despejar grandes áreas de bosque con fines agrícolas y otros, es muy dañina para el medio ambiente. La gran cantidad de dióxido de carbono desprendida contribuye al efecto invernadero. La desaparición de los árboles y la cubierta vegetal destruye hábitats, acelera la erosión y multiplica la carga de sedimentos de los ríos, haciendo que las inundaciones estacionales sean mucho más graves.

Delito ecológico, nombre que se aplica a cualquier tipo de conducta de personas naturales o jurídicas que por acción u omisión atente contra el medio ambiente. Ejemplos de esto sería el llamado delito contra la ordenación del territorio, la instalación de vertederos ilegales, los atentados a espacios naturales protegidos, el tráfico ilegal de especies o la responsabilidad de funcionarios o facultativos que han concedido licencias ilegales o bien silenciado infracciones. La legislación española en materia de medio ambiente estaba dispersa en diferentes normas parciales, disposiciones autonómicas y locales; en 1983, fue introducido en el Código Penal un artículo referente al delito de contaminación, pero no ha sido hasta 1995 cuando el nuevo Código Penal ha recogido con más amplitud varias figuras sancionadoras de determinadas agresiones a la naturaleza, y en concreto queda recogido en su título XVI: “De los delitos relativos a la ordenación del territorio y la protección del patrimonio histórico y del medio ambiente”.[1]

El dióxido de carbono, de azufre y otros contaminantes emitidos por las chimeneas de las industrias contribuyen a la contaminación atmosférica. El dióxido de carbono contribuye al calentamiento global, y el dióxido de azufre es la principal causa de la lluvia ácida en el norte y este de Europa y el noreste de Norteamérica. Otros problemas ambientales incluyen enfermedades respiratorias, el envenenamiento de lagos y ríos y los daños a los bosques y las cosechas.

Los bosques, lagos, estanques y otros ecosistemas terrestres y acuáticos del mundo sufren graves daños ocasionados por la lluvia ácida. Ésta se origina por la combinación, con la humedad atmosférica, de los óxidos de azufre y nitrógeno que se emiten a la atmósfera, lo que produce lluvias con un pH muy bajo. La lluvia normal tiene un pH de 6,5, ligeramente ácido, mientras que en la lluvia ácida, el pH puede descender hasta 2,0 o 3,0, una acidez similar a la del vinagre. Además de quemar las hojas de las plantas, la lluvia ácida también acidifica el agua de los lagos dejando sin vida muchos de estos ecosistemas acuáticos.

Las bases (compuestos químicos con un pH mayor que 7) existentes en el polvo atmosférico tienen un efecto beneficioso al contrarrestar la acidez de las deposiciones ácidas. Su reducción por múltiples factores parece incrementar los efectos dañinos sobre el medio ambiente provocados por la lluvia ácida, como se pone de manifiesto en este epígrafe del artículo Polvo atmosférico y lluvia ácida.

Fragmento de Polvo atmosférico y lluvia ácida: menos polvo, más daños.

De Lars O. Hedin y Gene E. Likens.

Los esfuerzos empeñados en la reducción de las emisiones de contaminantes ácidos cosecharon unos éxitos iniciales alentadores: los niveles de azufre atmosférico, por ejemplo, han caído espectacularmente a lo largo de los 30 últimos años en gran parte de Europa y región oriental de Norteamérica. Nosotros nos propusimos sopesar si tales reducciones en los compuestos de azufre beneficiaban o no al medio. En ese contexto, nos preocupaba que los responsables de la política ambiental y los científicos pudieran estar subestimando el papel de las bases atmosféricas. Considerando la importancia de las especies químicas básicas tanto para el crecimiento de los bosques como para la prevención de la lluvia ácida, decidimos investigar si los niveles de polvo atmosférico han cambiado, a lo largo del tiempo, en respuesta a las emisiones más bajas impuestas por la nueva legislación.

Se dictaron normas para limitar las emisiones de polvo porque, se sabía desde hacía tiempo, la inhalación de partículas microscópicas suspendidas en el aire acarrea múltiples problemas de salud, amén de reducir la visibilidad y originar un sinfín de trastornos ambientales. Los gobiernos de Norteamérica y Europa han venido elaborando a lo largo de los últimos 20 años normas de calidad del aire en punto a partículas suspendidas; tales normas diferían de las que regulaban la contaminación ácida. (El polvo atmosférico procedente de otras fuentes parece haber disminuido también. Gary J. Stensland y Donald F. Gatz, de la Inspección de Aguas del estado de Ilinois, han hallado que las emisiones de partículas que contienen bases han descendido con la disminución del tráfico por carreteras sin asfaltar.)

En colaboración con expertos europeos, empezamos por evaluar las series de química de la precipitación, lo más antiguas posible que hubiera referentes a la parte oriental de Norteamérica y a Europa occidental. Midiendo los cationes básicos disueltos en la nieve y el agua de lluvia, seguimos la pista del nivel de bases minerales en la atmósfera y registramos la proporción de esos cationes básicos que entra en los ecosistemas forestales. Obtuvimos unos resultados sorprendentes. Descubrimos que las bases atmosféricas habían disminuido a un ritmo inesperadamente vertiginoso en los últimos 30 años. La serie norteamericana más antigua, tomada en el Bosque Experimental Hubbard Brook de New Hampshire, mostraba una caída del 49 por ciento en cationes atmosféricos básicos desde el año 1965.

Al otro lado del Atlántico, la serie europea de alta calidad y máxima duración, de la estación sueca de Sjöängen, evidenciaba un decrecimiento del 74 por ciento en cationes básicos desde 1971. Nuestros análisis de otras series confirmaron, con pocas excepciones, que las bases atmosféricas habían descendido abruptamente en grandes zonas de Europa y Norteamérica.

Pero, ¿han sido esas bajas en bases atmosféricas lo suficientemente fuertes para contrarrestar —o incluso anular— los beneficios ambientales esperados de las reducciones en emisiones ácidas? Tal ha ocurrido, a tenor de nuestra investigación. En efecto, hallamos que la disminución de bases se superpone con frecuencia al descenso de azufre atmosférico, hasta el punto de que su ritmo anula una parte considerable del descenso de compuestos de azufre. Observamos, por ejemplo, que el descenso en cationes básicos anulaba entre 54 y 68 por ciento de las reducciones en azufre atmosférico en Suecia y hasta el 100 por ciento en determinadas zonas del oriente de Norteamérica. Estas tendencias significan que la disminución de las bases está manteniendo la sensibilidad de la atmósfera a los compuestos ácidos, pese a la reducción de las emisiones de los mismos. Cuando iniciamos el trabajo, no sospechábamos que la reducción de una forma de contaminantes —las partículas de polvo— sirviera para arruinar el éxito de las reducciones de otro contaminante, el dióxido de azufre.

Las numerosas fuentes de partículas de polvo y el carácter fragmentario de la información sobre las emisiones de partículas dificultan la tarea de determinar por qué se han producido esas notables reducciones en el contenido de bases atmosféricas. Sabemos que las modernas técnicas industriales, más limpias y desarrolladas de acuerdo con la normativa sobre la emisión de materia particulada, han constituido un factor importante.

No cabe la menor duda de que un mayor rendimiento de la combustión y una eliminación más eficaz de partículas en las chimeneas han permitido que se frenara la contaminación por partículas vinculada a la combustión de carburantes fósiles. Más difícil resulta cuantificar la contribución de fuentes de polvo difusas: tráfico, labores agrícolas y erosión eólica. Pese a ello, creemos que la disminución de las partículas de polvo refleja principalmente cambios en la conducta humana, más que variaciones naturales.

Fuente: Hedin, Lars O. y Likens, Gene E. Polvo atmosférico y lluvia ácida. Investigación y Ciencia. Febrero, 1997. Barcelona. Prensa Científica.[2]

La formación de cárcavas, una forma grave de erosión del suelo, es un proceso geológico natural que puede verse acelerado por actividades del hombre como la deforestación, el sobrepastoreo y la explotación agrícola. La erosión afecta a la capacidad de absorción del suelo y añade sedimentos a las corrientes de agua. Estos procesos se dan en todos los continentes debido a la superpoblación y la industrialización.



Esta técnica de deforestación, muy utilizada para despejar grandes áreas de bosque con fines agrícolas y otros, es muy dañina para el medio ambiente. La gran cantidad de dióxido de carbono desprendida contribuye al efecto invernadero. La desaparición de los árboles y la cubierta vegetal destruye hábitats, acelera la erosión y multiplica la carga de sedimentos de los ríos, haciendo que las inundaciones estacionales sean mucho más graves.

Delito ecológico, nombre que se aplica a cualquier tipo de conducta de personas naturales o jurídicas que por acción u omisión atente contra el medio ambiente. Ejemplos de esto sería el llamado delito contra la ordenación del territorio, la instalación de vertederos ilegales, los atentados a espacios naturales protegidos, el tráfico ilegal de especies o la responsabilidad de funcionarios o facultativos que han concedido licencias ilegales o bien silenciado infracciones. La legislación española en materia de medio ambiente estaba dispersa en diferentes normas parciales, disposiciones autonómicas y locales; en 1983, fue introducido en el Código Penal un artículo referente al delito de contaminación, pero no ha sido hasta 1995 cuando el nuevo Código Penal ha recogido con más amplitud varias figuras sancionadoras de determinadas agresiones a la naturaleza, y en concreto queda recogido en su título XVI: “De los delitos relativos a la ordenación del territorio y la protección del patrimonio histórico y del medio ambiente”.

El dióxido de carbono, de azufre y otros contaminantes emitidos por las chimeneas de las industrias contribuyen a la contaminación atmosférica. El dióxido de carbono contribuye al calentamiento global, y el dióxido de azufre es la principal causa de la lluvia ácida en el norte y este de Europa y el noreste de Norteamérica. Otros problemas ambientales incluyen enfermedades respiratorias, el envenenamiento de lagos y ríos y los daños a los bosques y las cosechas.

Los bosques, lagos, estanques y otros ecosistemas terrestres y acuáticos del mundo sufren graves daños ocasionados por la lluvia ácida. Ésta se origina por la combinación, con la humedad atmosférica, de los óxidos de azufre y nitrógeno que se emiten a la atmósfera, lo que produce lluvias con un pH muy bajo. La lluvia normal tiene un pH de 6,5, ligeramente ácido, mientras que en la lluvia ácida, el pH puede descender hasta 2,0 o 3,0, una acidez similar a la del vinagre. Además de quemar las hojas de las plantas, la lluvia ácida también acidifica el agua de los lagos dejando sin vida muchos de estos ecosistemas acuáticos.

Las bases (compuestos químicos con un pH mayor que 7) existentes en el polvo atmosférico tienen un efecto beneficioso al contrarrestar la acidez de las deposiciones ácidas. Su reducción por múltiples factores parece incrementar los efectos dañinos sobre el medio ambiente provocados por la lluvia ácida, como se pone de manifiesto en este epígrafe del artículo Polvo atmosférico y lluvia ácida.

Fragmento de Polvo atmosférico y lluvia ácida: menos polvo, más daños.

De Lars O. Hedin y Gene E. Likens.

Los esfuerzos empeñados en la reducción de las emisiones de contaminantes ácidos cosecharon unos éxitos iniciales alentadores: los niveles de azufre atmosférico, por ejemplo, han caído espectacularmente a lo largo de los 30 últimos años en gran parte de Europa y región oriental de Norteamérica. Nosotros nos propusimos sopesar si tales reducciones en los compuestos de azufre beneficiaban o no al medio. En ese contexto, nos preocupaba que los responsables de la política ambiental y los científicos pudieran estar subestimando el papel de las bases atmosféricas. Considerando la importancia de las especies químicas básicas tanto para el crecimiento de los bosques como para la prevención de la lluvia ácida, decidimos investigar si los niveles de polvo atmosférico han cambiado, a lo largo del tiempo, en respuesta a las emisiones más bajas impuestas por la nueva legislación.

Se dictaron normas para limitar las emisiones de polvo porque, se sabía desde hacía tiempo, la inhalación de partículas microscópicas suspendidas en el aire acarrea múltiples problemas de salud, amén de reducir la visibilidad y originar un sinfín de trastornos ambientales. Los gobiernos de Norteamérica y Europa han venido elaborando a lo largo de los últimos 20 años normas de calidad del aire en punto a partículas suspendidas; tales normas diferían de las que regulaban la contaminación ácida. (El polvo atmosférico procedente de otras fuentes parece haber disminuido también. Gary J. Stensland y Donald F. Gatz, de la Inspección de Aguas del estado de Ilinois, han hallado que las emisiones de partículas que contienen bases han descendido con la disminución del tráfico por carreteras sin asfaltar.)

En colaboración con expertos europeos, empezamos por evaluar las series de química de la precipitación, lo más antiguas posible que hubiera referentes a la parte oriental de Norteamérica y a Europa occidental. Midiendo los cationes básicos disueltos en la nieve y el agua de lluvia, seguimos la pista del nivel de bases minerales en la atmósfera y registramos la proporción de esos cationes básicos que entra en los ecosistemas forestales. Obtuvimos unos resultados sorprendentes. Descubrimos que las bases atmosféricas habían disminuido a un ritmo inesperadamente vertiginoso en los últimos 30 años. La serie norteamericana más antigua, tomada en el Bosque Experimental Hubbard Brook de New Hampshire, mostraba una caída del 49 por ciento en cationes atmosféricos básicos desde el año 1965.

Al otro lado del Atlántico, la serie europea de alta calidad y máxima duración, de la estación sueca de Sjöängen, evidenciaba un decrecimiento del 74 por ciento en cationes básicos desde 1971. Nuestros análisis de otras series confirmaron, con pocas excepciones, que las bases atmosféricas habían descendido abruptamente en grandes zonas de Europa y Norteamérica.

Pero, ¿han sido esas bajas en bases atmosféricas lo suficientemente fuertes para contrarrestar —o incluso anular— los beneficios ambientales esperados de las reducciones en emisiones ácidas? Tal ha ocurrido, a tenor de nuestra investigación. En efecto, hallamos que la disminución de bases se superpone con frecuencia al descenso de azufre atmosférico, hasta el punto de que su ritmo anula una parte considerable del descenso de compuestos de azufre. Observamos, por ejemplo, que el descenso en cationes básicos anulaba entre 54 y 68 por ciento de las reducciones en azufre atmosférico en Suecia y hasta el 100 por ciento en determinadas zonas del oriente de Norteamérica. Estas tendencias significan que la disminución de las bases está manteniendo la sensibilidad de la atmósfera a los compuestos ácidos, pese a la reducción de las emisiones de los mismos. Cuando iniciamos el trabajo, no sospechábamos que la reducción de una forma de contaminantes —las partículas de polvo— sirviera para arruinar el éxito de las reducciones de otro contaminante, el dióxido de azufre.

Las numerosas fuentes de partículas de polvo y el carácter fragmentario de la información sobre las emisiones de partículas dificultan la tarea de determinar por qué se han producido esas notables reducciones en el contenido de bases atmosféricas. Sabemos que las modernas técnicas industriales, más limpias y desarrolladas de acuerdo con la normativa sobre la emisión de materia particulada, han constituido un factor importante.

No cabe la menor duda de que un mayor rendimiento de la combustión y una eliminación más eficaz de partículas en las chimeneas han permitido que se frenara la contaminación por partículas vinculada a la combustión de carburantes fósiles. Más difícil resulta cuantificar la contribución de fuentes de polvo difusas: tráfico, labores agrícolas y erosión eólica. Pese a ello, creemos que la disminución de las partículas de polvo refleja principalmente cambios en la conducta humana, más que variaciones naturales.

Fuente: Hedin, Lars O. y Likens, Gene E. Polvo atmosférico y lluvia ácida. Investigación y Ciencia. Febrero, 1997. Barcelona. Prensa Científica.[2]

La formación de cárcavas, una forma grave de erosión del suelo, es un proceso geológico natural que puede verse acelerado por actividades del hombre como la deforestación, el sobrepastoreo y la explotación agrícola. La erosión afecta a la capacidad de absorción del suelo y añade sedimentos a las corrientes de agua. Estos procesos se dan en todos los continentes debido a la superpoblación y la industrialización.



[1]"Delito ecológico," Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

[2]"El problema de la lluvia ácida," Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

Esta técnica de deforestación, muy utilizada para despejar grandes áreas de bosque con fines agrícolas y otros, es muy dañina para el medio ambiente. La gran cantidad de dióxido de carbono desprendida contribuye al efecto invernadero. La desaparición de los árboles y la cubierta vegetal destruye hábitats, acelera la erosión y multiplica la carga de sedimentos de los ríos, haciendo que las inundaciones estacionales sean mucho más graves.

Delito ecológico, nombre que se aplica a cualquier tipo de conducta de personas naturales o jurídicas que por acción u omisión atente contra el medio ambiente. Ejemplos de esto sería el llamado delito contra la ordenación del territorio, la instalación de vertederos ilegales, los atentados a espacios naturales protegidos, el tráfico ilegal de especies o la responsabilidad de funcionarios o facultativos que han concedido licencias ilegales o bien silenciado infracciones. La legislación española en materia de medio ambiente estaba dispersa en diferentes normas parciales, disposiciones autonómicas y locales; en 1983, fue introducido en el Código Penal un artículo referente al delito de contaminación, pero no ha sido hasta 1995 cuando el nuevo Código Penal ha recogido con más amplitud varias figuras sancionadoras de determinadas agresiones a la naturaleza, y en concreto queda recogido en su título XVI: “De los delitos relativos a la ordenación del territorio y la protección del patrimonio histórico y del medio ambiente”.[1]

El dióxido de carbono, de azufre y otros contaminantes emitidos por las chimeneas de las industrias contribuyen a la contaminación atmosférica. El dióxido de carbono contribuye al calentamiento global, y el dióxido de azufre es la principal causa de la lluvia ácida en el norte y este de Europa y el noreste de Norteamérica. Otros problemas ambientales incluyen enfermedades respiratorias, el envenenamiento de lagos y ríos y los daños a los bosques y las cosechas.

Los bosques, lagos, estanques y otros ecosistemas terrestres y acuáticos del mundo sufren graves daños ocasionados por la lluvia ácida. Ésta se origina por la combinación, con la humedad atmosférica, de los óxidos de azufre y nitrógeno que se emiten a la atmósfera, lo que produce lluvias con un pH muy bajo. La lluvia normal tiene un pH de 6,5, ligeramente ácido, mientras que en la lluvia ácida, el pH puede descender hasta 2,0 o 3,0, una acidez similar a la del vinagre. Además de quemar las hojas de las plantas, la lluvia ácida también acidifica el agua de los lagos dejando sin vida muchos de estos ecosistemas acuáticos.

Las bases (compuestos químicos con un pH mayor que 7) existentes en el polvo atmosférico tienen un efecto beneficioso al contrarrestar la acidez de las deposiciones ácidas. Su reducción por múltiples factores parece incrementar los efectos dañinos sobre el medio ambiente provocados por la lluvia ácida, como se pone de manifiesto en este epígrafe del artículo Polvo atmosférico y lluvia ácida.

Fragmento de Polvo atmosférico y lluvia ácida: menos polvo, más daños.

De Lars O. Hedin y Gene E. Likens.

Los esfuerzos empeñados en la reducción de las emisiones de contaminantes ácidos cosecharon unos éxitos iniciales alentadores: los niveles de azufre atmosférico, por ejemplo, han caído espectacularmente a lo largo de los 30 últimos años en gran parte de Europa y región oriental de Norteamérica. Nosotros nos propusimos sopesar si tales reducciones en los compuestos de azufre beneficiaban o no al medio. En ese contexto, nos preocupaba que los responsables de la política ambiental y los científicos pudieran estar subestimando el papel de las bases atmosféricas. Considerando la importancia de las especies químicas básicas tanto para el crecimiento de los bosques como para la prevención de la lluvia ácida, decidimos investigar si los niveles de polvo atmosférico han cambiado, a lo largo del tiempo, en respuesta a las emisiones más bajas impuestas por la nueva legislación.

Se dictaron normas para limitar las emisiones de polvo porque, se sabía desde hacía tiempo, la inhalación de partículas microscópicas suspendidas en el aire acarrea múltiples problemas de salud, amén de reducir la visibilidad y originar un sinfín de trastornos ambientales. Los gobiernos de Norteamérica y Europa han venido elaborando a lo largo de los últimos 20 años normas de calidad del aire en punto a partículas suspendidas; tales normas diferían de las que regulaban la contaminación ácida. (El polvo atmosférico procedente de otras fuentes parece haber disminuido también. Gary J. Stensland y Donald F. Gatz, de la Inspección de Aguas del estado de Ilinois, han hallado que las emisiones de partículas que contienen bases han descendido con la disminución del tráfico por carreteras sin asfaltar.)

En colaboración con expertos europeos, empezamos por evaluar las series de química de la precipitación, lo más antiguas posible que hubiera referentes a la parte oriental de Norteamérica y a Europa occidental. Midiendo los cationes básicos disueltos en la nieve y el agua de lluvia, seguimos la pista del nivel de bases minerales en la atmósfera y registramos la proporción de esos cationes básicos que entra en los ecosistemas forestales. Obtuvimos unos resultados sorprendentes. Descubrimos que las bases atmosféricas habían disminuido a un ritmo inesperadamente vertiginoso en los últimos 30 años. La serie norteamericana más antigua, tomada en el Bosque Experimental Hubbard Brook de New Hampshire, mostraba una caída del 49 por ciento en cationes atmosféricos básicos desde el año 1965.

Al otro lado del Atlántico, la serie europea de alta calidad y máxima duración, de la estación sueca de Sjöängen, evidenciaba un decrecimiento del 74 por ciento en cationes básicos desde 1971. Nuestros análisis de otras series confirmaron, con pocas excepciones, que las bases atmosféricas habían descendido abruptamente en grandes zonas de Europa y Norteamérica.

Pero, ¿han sido esas bajas en bases atmosféricas lo suficientemente fuertes para contrarrestar —o incluso anular— los beneficios ambientales esperados de las reducciones en emisiones ácidas? Tal ha ocurrido, a tenor de nuestra investigación. En efecto, hallamos que la disminución de bases se superpone con frecuencia al descenso de azufre atmosférico, hasta el punto de que su ritmo anula una parte considerable del descenso de compuestos de azufre. Observamos, por ejemplo, que el descenso en cationes básicos anulaba entre 54 y 68 por ciento de las reducciones en azufre atmosférico en Suecia y hasta el 100 por ciento en determinadas zonas del oriente de Norteamérica. Estas tendencias significan que la disminución de las bases está manteniendo la sensibilidad de la atmósfera a los compuestos ácidos, pese a la reducción de las emisiones de los mismos. Cuando iniciamos el trabajo, no sospechábamos que la reducción de una forma de contaminantes —las partículas de polvo— sirviera para arruinar el éxito de las reducciones de otro contaminante, el dióxido de azufre.

Las numerosas fuentes de partículas de polvo y el carácter fragmentario de la información sobre las emisiones de partículas dificultan la tarea de determinar por qué se han producido esas notables reducciones en el contenido de bases atmosféricas. Sabemos que las modernas técnicas industriales, más limpias y desarrolladas de acuerdo con la normativa sobre la emisión de materia particulada, han constituido un factor importante.

No cabe la menor duda de que un mayor rendimiento de la combustión y una eliminación más eficaz de partículas en las chimeneas han permitido que se frenara la contaminación por partículas vinculada a la combustión de carburantes fósiles. Más difícil resulta cuantificar la contribución de fuentes de polvo difusas: tráfico, labores agrícolas y erosión eólica. Pese a ello, creemos que la disminución de las partículas de polvo refleja principalmente cambios en la conducta humana, más que variaciones naturales.

Fuente: Hedin, Lars O. y Likens, Gene E. Polvo atmosférico y lluvia ácida. Investigación y Ciencia. Febrero, 1997. Barcelona. Prensa Científica.[2]

La formación de cárcavas, una forma grave de erosión del suelo, es un proceso geológico natural que puede verse acelerado por actividades del hombre como la deforestación, el sobrepastoreo y la explotación agrícola. La erosión afecta a la capacidad de absorción del suelo y añade sedimentos a las corrientes de agua. Estos procesos se dan en todos los continentes debido a la superpoblación y la industrialización.



[1]"Delito ecológico," Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

[2]"El problema de la lluvia ácida," Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

Esta técnica de deforestación, muy utilizada para despejar grandes áreas de bosque con fines agrícolas y otros, es muy dañina para el medio ambiente. La gran cantidad de dióxido de carbono desprendida contribuye al efecto invernadero. La desaparición de los árboles y la cubierta vegetal destruye hábitats, acelera la erosión y multiplica la carga de sedimentos de los ríos, haciendo que las inundaciones estacionales sean mucho más graves.

Delito ecológico, nombre que se aplica a cualquier tipo de conducta de personas naturales o jurídicas que por acción u omisión atente contra el medio ambiente. Ejemplos de esto sería el llamado delito contra la ordenación del territorio, la instalación de vertederos ilegales, los atentados a espacios naturales protegidos, el tráfico ilegal de especies o la responsabilidad de funcionarios o facultativos que han concedido licencias ilegales o bien silenciado infracciones. La legislación española en materia de medio ambiente estaba dispersa en diferentes normas parciales, disposiciones autonómicas y locales; en 1983, fue introducido en el Código Penal un artículo referente al delito de contaminación, pero no ha sido hasta 1995 cuando el nuevo Código Penal ha recogido con más amplitud varias figuras sancionadoras de determinadas agresiones a la naturaleza, y en concreto queda recogido en su título XVI: “De los delitos relativos a la ordenación del territorio y la protección del patrimonio histórico y del medio ambiente”.[1]

El dióxido de carbono, de azufre y otros contaminantes emitidos por las chimeneas de las industrias contribuyen a la contaminación atmosférica. El dióxido de carbono contribuye al calentamiento global, y el dióxido de azufre es la principal causa de la lluvia ácida en el norte y este de Europa y el noreste de Norteamérica. Otros problemas ambientales incluyen enfermedades respiratorias, el envenenamiento de lagos y ríos y los daños a los bosques y las cosechas.

Los bosques, lagos, estanques y otros ecosistemas terrestres y acuáticos del mundo sufren graves daños ocasionados por la lluvia ácida. Ésta se origina por la combinación, con la humedad atmosférica, de los óxidos de azufre y nitrógeno que se emiten a la atmósfera, lo que produce lluvias con un pH muy bajo. La lluvia normal tiene un pH de 6,5, ligeramente ácido, mientras que en la lluvia ácida, el pH puede descender hasta 2,0 o 3,0, una acidez similar a la del vinagre. Además de quemar las hojas de las plantas, la lluvia ácida también acidifica el agua de los lagos dejando sin vida muchos de estos ecosistemas acuáticos.

Las bases (compuestos químicos con un pH mayor que 7) existentes en el polvo atmosférico tienen un efecto beneficioso al contrarrestar la acidez de las deposiciones ácidas. Su reducción por múltiples factores parece incrementar los efectos dañinos sobre el medio ambiente provocados por la lluvia ácida, como se pone de manifiesto en este epígrafe del artículo Polvo atmosférico y lluvia ácida.

Fragmento de Polvo atmosférico y lluvia ácida: menos polvo, más daños.

De Lars O. Hedin y Gene E. Likens.

Los esfuerzos empeñados en la reducción de las emisiones de contaminantes ácidos cosecharon unos éxitos iniciales alentadores: los niveles de azufre atmosférico, por ejemplo, han caído espectacularmente a lo largo de los 30 últimos años en gran parte de Europa y región oriental de Norteamérica. Nosotros nos propusimos sopesar si tales reducciones en los compuestos de azufre beneficiaban o no al medio. En ese contexto, nos preocupaba que los responsables de la política ambiental y los científicos pudieran estar subestimando el papel de las bases atmosféricas. Considerando la importancia de las especies químicas básicas tanto para el crecimiento de los bosques como para la prevención de la lluvia ácida, decidimos investigar si los niveles de polvo atmosférico han cambiado, a lo largo del tiempo, en respuesta a las emisiones más bajas impuestas por la nueva legislación.

Se dictaron normas para limitar las emisiones de polvo porque, se sabía desde hacía tiempo, la inhalación de partículas microscópicas suspendidas en el aire acarrea múltiples problemas de salud, amén de reducir la visibilidad y originar un sinfín de trastornos ambientales. Los gobiernos de Norteamérica y Europa han venido elaborando a lo largo de los últimos 20 años normas de calidad del aire en punto a partículas suspendidas; tales normas diferían de las que regulaban la contaminación ácida. (El polvo atmosférico procedente de otras fuentes parece haber disminuido también. Gary J. Stensland y Donald F. Gatz, de la Inspección de Aguas del estado de Ilinois, han hallado que las emisiones de partículas que contienen bases han descendido con la disminución del tráfico por carreteras sin asfaltar.)

En colaboración con expertos europeos, empezamos por evaluar las series de química de la precipitación, lo más antiguas posible que hubiera referentes a la parte oriental de Norteamérica y a Europa occidental. Midiendo los cationes básicos disueltos en la nieve y el agua de lluvia, seguimos la pista del nivel de bases minerales en la atmósfera y registramos la proporción de esos cationes básicos que entra en los ecosistemas forestales. Obtuvimos unos resultados sorprendentes. Descubrimos que las bases atmosféricas habían disminuido a un ritmo inesperadamente vertiginoso en los últimos 30 años. La serie norteamericana más antigua, tomada en el Bosque Experimental Hubbard Brook de New Hampshire, mostraba una caída del 49 por ciento en cationes atmosféricos básicos desde el año 1965.

Al otro lado del Atlántico, la serie europea de alta calidad y máxima duración, de la estación sueca de Sjöängen, evidenciaba un decrecimiento del 74 por ciento en cationes básicos desde 1971. Nuestros análisis de otras series confirmaron, con pocas excepciones, que las bases atmosféricas habían descendido abruptamente en grandes zonas de Europa y Norteamérica.

Pero, ¿han sido esas bajas en bases atmosféricas lo suficientemente fuertes para contrarrestar —o incluso anular— los beneficios ambientales esperados de las reducciones en emisiones ácidas? Tal ha ocurrido, a tenor de nuestra investigación. En efecto, hallamos que la disminución de bases se superpone con frecuencia al descenso de azufre atmosférico, hasta el punto de que su ritmo anula una parte considerable del descenso de compuestos de azufre. Observamos, por ejemplo, que el descenso en cationes básicos anulaba entre 54 y 68 por ciento de las reducciones en azufre atmosférico en Suecia y hasta el 100 por ciento en determinadas zonas del oriente de Norteamérica. Estas tendencias significan que la disminución de las bases está manteniendo la sensibilidad de la atmósfera a los compuestos ácidos, pese a la reducción de las emisiones de los mismos. Cuando iniciamos el trabajo, no sospechábamos que la reducción de una forma de contaminantes —las partículas de polvo— sirviera para arruinar el éxito de las reducciones de otro contaminante, el dióxido de azufre.

Las numerosas fuentes de partículas de polvo y el carácter fragmentario de la información sobre las emisiones de partículas dificultan la tarea de determinar por qué se han producido esas notables reducciones en el contenido de bases atmosféricas. Sabemos que las modernas técnicas industriales, más limpias y desarrolladas de acuerdo con la normativa sobre la emisión de materia particulada, han constituido un factor importante.

No cabe la menor duda de que un mayor rendimiento de la combustión y una eliminación más eficaz de partículas en las chimeneas han permitido que se frenara la contaminación por partículas vinculada a la combustión de carburantes fósiles. Más difícil resulta cuantificar la contribución de fuentes de polvo difusas: tráfico, labores agrícolas y erosión eólica. Pese a ello, creemos que la disminución de las partículas de polvo refleja principalmente cambios en la conducta humana, más que variaciones naturales.

Fuente: Hedin, Lars O. y Likens, Gene E. Polvo atmosférico y lluvia ácida. Investigación y Ciencia. Febrero, 1997. Barcelona. Prensa Científica.[2]

La formación de cárcavas, una forma grave de erosión del suelo, es un proceso geológico natural que puede verse acelerado por actividades del hombre como la deforestación, el sobrepastoreo y la explotación agrícola. La erosión afecta a la capacidad de absorción del suelo y añade sedimentos a las corrientes de agua. Estos procesos se dan en todos los continentes debido a la superpoblación y la industrialización.



1 Comentarios:

  • At 5:49 p. m., Blogger nativachile said…

    SEÑORES DE NATIVA CREEMOS QUE LO QUE UD ESTAN INFORMANDO ES DE MUCHA UTI LIDADA A LA SOCIEDAD MUMDIAL DEVIDO ALA GRAN IGNORANCIA QUE EXTISTE EN EL TEMA DEL CALENTAMIEMIENTO GLOGAL INSTITUCUCIONES COMO UDS DEVERIAN HABER MUCHAS CON EL FIN DE PODERE SALVAR ÇNUESTRO FRAGIL PLANETA

    MARIA SMITT EEUU

     

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