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miércoles, febrero 28, 2007

¿Energía nuclear?

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El aventurarse en energía nuclear tiene sus presiones y lobbistas cada vez más claramente identificados en Chile. Entre otros lo han planteado el ex Presidente Ricardo Lagos, el actual Secretario General de la OEA y algunos parlamentarios de distintas corrientes políticas. Esta vez no surgen sólo de intereses económicos y de los que proveen la tecnología atómica, sino que también de uno de los líderes ecologistas de reconocimiento mundial, como James Loveluck.
Este, en su oportunidad, desarrolló la teoría de Gaia, en que todo el mundo corresponde a un organismo vivo que tiene sus finas redes de relaciones e interdependencias. No es que haya cambiado de idea, sino que ante la amenaza para la vida por parte del fenómeno debido al cambio climático, y que no tiene visos de remediarse, con un ambiente histórico similar al previo a la segunda guerra mundial, es que en una propuesta desesperada propone acogerse a la "solución" nuclear.
Inferir de lo anterior que este tipo de energía es una solución para Chile es no entender bien las cosas. Nuestro país es privilegiado en cuanto a opciones de energías limpias y renovables; es decir, que no producen gases de efecto invernadero ni tampoco desechos tóxicos, y menos radioactivos.
La larga cadena de volcanes y termas hacen de la geotermia una fuente atractiva para cada una de las regiones de Chile, con 15.000 MW de potencia: 1,4 veces la capacidad instalada del país. A lo anterior podemos sumar los 33.000 MW que se pierden permanentemente en las caídas de agua entre los mil y quinientos metros sobre el nivel del mar; es decir, sin inundar ninguno de los escasos y valiosos valles que tenemos en nuestro país de montaña.
Volviendo la vista hacia la zona austral, los flujos por mareas en los fiordos y canales tienen un potencial de energía que supera los 50.000 MW. Agreguemos la energía solar, eólica y los biocombustibles, y tenemos una condición envidiable respecto al drama energético planetario.
Chile, además, no está preparado para esta aventura riesgosa que debe pagar toda la sociedad. Preparar profesionales y científicos, según han manifestado las propias autoridades académicas, tomaría al menos diez años. Si le sumamos los riesgos sísmicos y el que no se cuenta con solución para los desechos radioactivos, las presiones en pro de la energía nuclear no sólo debieran descartarse, independientemente de la riqueza del debate, sino que aprovecharse para poner más esfuerzo aún en el desarrollo efectivo de las energías limpias con tecnología gradualmente chilena y de paso captar bonos de carbono para el país.

Antonio Horvath Kiss
Senador de la República